Llevaba días observándola, acechándola, desde las sombras. Se sentía como un espía o algo parecido, siempre intentando no llamar la atención y manteniéndola en su punto de mira. Observaba con atención cada gesto reflejado en sus facciones, como leyendo un nuevo lenguaje, aprendiendo los símbolos que luego le ayudarían a entenderla.
Así pasaron los días, tan ensimismado en cada nuevo rictus que percibía en ella, que ni se daba cuenta del paso del tiempo.
Un día incluso pensó que lo había visto. Estaba andando por la calle, tras ella, pero a una distancia prudencial, cuando notó cómo se le tensaban los músculos. Se paró y parecía que agudizaba el oído. Giró lentamente la cabeza y miró de un lado a otro con esos ojos azules y profundos. Deron logró zafarse de su escrutinio por los pelos. Y por suerte para él, Uriane prosiguió su camino enseguida.
A partir de entonces empezó a ser más precavido en sus observaciones, pero ese presentimiento de que ella podía percibir su presencia por más cuidado que tuviera no lo dejó en ningún momento.