domingo, 16 de agosto de 2015

Aquella noche de reyes


Aquella noche de reyes, aquella noche en que los reyes magos, dejaron de serlo.


Mi familia y yo teníamos la costumbre de acudir a la cabalgata del 5 de enero. Esa que puede verse la víspera de reyes, la noche anterior a esa mañana llena de alegría e ilusión en que te despiertas temprano por primera vez desde que empezaron las vacaciones de Navidad solo por la curiosidad de saber lo que puedes encontrar bajo el árbol. Nosotros solíamos verla con mis abuelos, mis tíos y mis primos. Era una noche fría, en la que mamá insistía más de lo normal —que ya era mucho— en que vistiéramos toda la ropa que cupiera bajo los abrigos. Todos los años la veía con la misma emoción creciente a medida que iban pasando las carrozas; con el mismo entusiasmo al ver volar los caramelos que eran arrojados para nosotros, los niños. Hasta aquella noche de reyes.

martes, 11 de agosto de 2015

Escribir es bailar

¿Qué es la escritura?


Escribir es bailar, y no solo importa la música a cuyo compás te muevas, sino también tus movimientos. Porque a pesar de que esa melodía te defina, son tus pasos los que la mueven.

Escribir es eso. Es elegir, incluso componer, la más maravillosa música, la melodía que mueve tu corazón; y saber moverse a su compás. No, es más que eso. Es moverse de maneras en que nadie esperaba, es saber definir tu propio pulso mediante tus movimientos, y sorprender o encandilar al espectador.

Escribir es improvisar y salir al escenario desnudo, sin saber cuál será el siquiente compás. Escribir es ensayar y ensayar durante meses hasta llevar tatuados la melodía y los pasos en la mente. Escribir es escuchar un ritmo y dejarse llevar.

Pero escribir también tiene algo que el baile no tiene: la escritura perdura. Tras bailar solo mantienes la sensación, el recuerdo. Y si resulta, por algún casual, que lo has grabado, podrás experimentar el punto de vista del espectador, pero nunca revivirlo.

En la escritura, sin embargo, la distancia entre intérprete y espectador se desvanece. Parece irónico, porque entre autor y lector puede haber no solo la mayor de las distancias, sino también una barrera temporal infranqueable. No obstante, es imposible acercar moralmente más a dos personas.

Un escritor está al mismo tiempo que escribe, leyendo sus palabras; lo cual lo convierte al mismo tiempo en su propio espectador y crítico. Y cuando relea aquello que ha escrito, podrá revivir las sensaciones que escribirlo le supusieron.

Alguien dijo que leemos para no sentirnos solos, y yo digo, también es para no sentirnos solos que escribimos.