sábado, 8 de junio de 2013

Prólogo


Era una calurosa tarde de verano en el orfanato de Vinter. Nadie en el recinto tenía ganas de nada. Todos descansaban, tumbados al sol en el pequeño huerto que servía de patio. ¿He dicho todos? No, en realidad, no todos. Pero nadie excepto John sabía lo que estaba ocurriendo en el interior del edificio. Mas, él no era el protagonista del suceso. Tan solo el espectador.



—Sabes que necesito hacerlo —ella lo decía con aplomo a pesar de estar al borde del llanto—. Es mi sueño. Desde siempre. Y tú lo sabes.

El pobre chico no tenía qué decir. Su amiga del alma estaba segura de querer hacerlo, pero él... Tomar una decisión siempre había sido una de las cosas más difíciles, y ahora se encontraba con un muro infranqueable. Normalmente nunca había sido un obstáculo, porque jamás había tenido ni la necesidad ni la oportunidad de tomar grandes decisiones. Pero ahora que se interponía en su camino, detestaba aquella debilidad suya.



Aila tenía entre manos una gran empresa. Y su plan había incluido a su amigo desde el primer instante. Pero desde que supo de la indecisión de John, la duda había estado consumiéndola. Porque en el momento en el que se lo propuso, éste le dijo que debía pensárselo.

¿Cómo se debía tomar aquello? ¿Acaso no era su amigo? Sí era cierto que nunca había visto a John tomar responsabilidad de casi nada. Siempre dejando las decisiones para los demás. Pero esa no era razón para que la dejara plantada. Ésa era una idea que Aila no concebía de ninguna manera. Y era un tema al que no había dejado de dar vueltas desde aquel día. Por lo que, era cierto, que se había distanciado un poco de él.

Distanciamiento, que no afectaba solo a la chica, John lo sufría quizá más. Porque él, que acusaba a su indecisión del hecho de que no pudiese darle una respuesta, no podía comprender las razones tras su reacción.



—John, prométeme que no le contarás nada a la señorita Bones —ésta era la encargada de cuidar a los pocos niños del orfanato de Vinter. Pero aunque en el fondo era amable y gentil, esa calidez no llegaba a nuestros protagonistas, por lo que el odio y el rechazo acabaron siendo mutuos—. Júramelo por tu mano izquierda —Aila sabía que John podría dar todo por ella, excepto su mano izquierda, que era la que le ayudaba a crear los maravillosos dibujos que él amaba hacer en su tiempo libre.

—Pero, ¿y si...?

—No digas más “y si”... Si eres mi amigo no me delatarás.

—De acuerdo, te juro que no se lo diré a nadie —se quedó un poco pensativo, pero en seguida aceptó—, por mi mano izquierda.

Al escucharlo, Aila se dio la vuelta y abrazó al que había sido su compañero de juegos y su mejor amigo desde siempre.

—Te echaré de menos —y al decirlo, suavemente, una lágrima resbaló por la mejilla de la niña.

—No tienes por qué irte —susurró John en un inútil intento de conservarla junto a él un poco más.

2 comentarios:

  1. tu lo escribes? seguire la novela !!

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    1. Sí, yo misma ^^.
      Gracias por seguirme :D.
      Besos desde http://lecturasilenciosas.blogspot.com

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